Caracas, 01 de Septiembre de 2013
Cuna del Libertador Simón Bolívar.
Su Excelencia
Barack Obama
Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica
En nombre del Pueblo del Libertador Simón Bolívar y del Comandante Hugo Chávez, me dirijo a usted en defensa de la causa de la paz y como enemigo acérrimo de la guerra. Esta carta quiere llamarlo a la reflexión con respecto a la injusta, nefasta y aterradora posibilidad de una intervención militar estadounidense contra el Pueblo de Siria.
Estas líneas no tienen otra intención, Presidente Obama, que la de acompañar el clamor de los Pueblos por un mundo en el que la paz sea la forma cotidiana de entendernos entre hermanos y hermanas. Hago mías, enteramente mías, estas hermosas palabras del Libertador Simón Bolívar: La paz será mi puerto, mi gloria, mi recompensa, mi esperanza, mi dicha y cuanto es precioso en el mundo. En el mismo sentido, se trata de seguir el camino que nos muestra Jesús de Nazaret en aquella hermosa bienaventuranza: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Tras aquel importante encuentro que tuvieron el Secretario de Estado John Kerry y nuestro Canciller Elías Jaua en ocasión de la 43ª Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, celebrada en la ciudad de Antigua, Guatemala, expresé lo siguiente: Puede haber relaciones de respeto con el gobierno de los Estados Unidos, relaciones en términos de igualdad… Nuestras diferencias las podemos procesar. Es este mismo espíritu el que hoy me lleva a dirigirme a usted, con el ánimo de que más allá de las diferencias, unamos esfuerzos para que nunca más vuelvan a repetirse expedientes tan desastrosos como los de Irak, Afganistán o Libia. En especial, yo quiero ser portavoz del sentir de millones y millones de personas en Nuestra América y en todo el mundo que a través de las redes sociales, y de tantos otros medios, piden el cese de las hostilidades así como la no intervención militar de potencias extranjeras en la República Árabe Siria. Tal intervención militar sería desastrosa para toda la región del Mediterráneo del Este, lugar de encuentro de los caminos históricos de nuestra civilización.
Al referirse a Bush y a los halcones del Pentágono, Susan Sontag, esa gran conciencia estadounidense y universal, decía con punzante ironía: Porque ellos siempre tienen razón. Para ellos, demostrar el poderío americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam Hussein, daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades… Como usted bien lo sabe, se trataba de una farsa montada pero que trajo como consecuencia la destrucción de Iraq y le costó la vida a un millón de iraquíes. Todo lo que dice Sontag es perfectamente aplicable a Siria aquí y ahora: la farsa se está repitiendo punto por punto. Una vez más, la guerra inmoral y criminal se justifica porque sí, y punto.
Por cierto, en el día de ayer la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) celebró su VII Cumbre en Paramaribo, República de Surinam: el bloque suramericano emitió una declaración conjunta fijando posición sobre Siria. Me permito llamar su atención sobre este documento que condena las intervenciones externas que sean incompatibles con la Carta de las Naciones Unidas al igual que rechaza el desarrollo de estrategias intervencionistas de todo tipo.
Haga memoria de sí mismo, Presidente Obama, recuerde de dónde viene; recuerde sus raíces afroestadounidenses. Recuerde los luminosos ejemplos de dignidad de Malcom X y de Martin Luther King en los que usted se formó y que lo llevaron a luchar por un destino mejor. Recuerde sus orígenes: recuérdese como aquel joven líder y luchador social de Chicago. Recuerde que se opuso frontalmente a la guerra contra Irak y rechazó todo el tejido de mentiras con la que se pretendió justificarla.
No desoiga el redoble de conciencia de estas palabras de Malcom X que tienen plena vigencia: Y si esos pueblos de esas diferentes regiones empiezan a ver que el problema es el mismo problema, y si los 22 millones de norteamericanos negros vemos que nuestro problema es igual que el problema de los pueblos que están siendo oprimidos en Vietnam del Sur y en el Congo y en América Latina -pues los oprimidos de la tierra constituyen una mayoría y no una minoría- entonces afrontamos nuestros problemas como una mayoría que puede exigir y no como una minoría que tiene que suplicar. Inspirándome en el espíritu y la letra del hermano Malcom, quiero transmitirle una firme convicción: hoy somos millones de hombres y mujeres de todo el planeta quienes asumimos el derecho a exigirle que deseche definitivamente la posibilidad de una aventura bélica contra el noble Pueblo de Siria. Como cantaba el inmenso John Lennon: Todos hablamos de darle una oportunidad a la paz.
¿Sabe Obama que está luchando en el bando de al-Qaida?, así se titula un esclarecedor artículo de Robert Fisk publicado recientemente en The Independent. Dice Fisk: Habrá algunas ironías, por supuesto. Mientras que los estadounidenses liquidan a golpes de drone a los miembros de al-Qaida en Yemen y Pakistán –junto, por supuesto, al habitual grupo de civiles–, los mismos estadounidenses le facilitarán, con la ayuda de los señores Cameron, Hollande y el resto de pequeños generales-políticos, asistencia material en Siria para golpear a los enemigos de al-Qaida. De hecho, puede usted apostar su último dólar a que el único objetivo que los estadounidenses no van a bombardear en Siria será al-Qaida o el frente Nusra. He allí el peligroso mar de contradicciones en la que la política internacional estadounidense ha caído.
Me permito preguntarle con angustia, Presidente Obama, a la luz de la reflexión de Fisk: ¿usted va a declarar y desencadenar una guerra para favorecer la llegada al poder de al-Qaida en la República Árabe Siria?
Que el Pueblo sirio dirima por sí mismo sus conflictos bajo el sagrado derecho a la libre determinación que inviste a todas las naciones soberanas; que salgan de Siria todas las fuerzas mercenarias que ya han causado tanta destrucción y tanta muerte.
Como decía el propio Comandante Chávez, se trata de un nuevo Armageddon. En un mundo bajo la amenaza cierta de la guerra permanente, nadie está a salvo. ¿Ése es el mundo que usted quiere? ¿Un mundo donde impere la paz de los cementerios?
En esta hora de decisiones cruciales, nos preguntamos con Howard Zinn: ¿No deberíamos pedirles a todos que olvidaran por un momento sus inflamados discursos e imaginaran lo que significará la guerra para unos seres humanos cuyos rostros no llegaremos a conocer, cuyos nombres no aparecerán sino en algún monumento futuro de la guerra? Nunca será suficiente lo que hagamos en procura de la paz duradera y la estabilidad de cualquier nación del planeta, porque el bienestar de un Pueblo nos enaltece mientras que su dolor nos rebaja a la inhumanidad más vil.
Nosotros, desde el amor por la paz que cultiva el Pueblo venezolano, rechazamos la guerra y decimos no a las bombas, la desolación y la muerte. Esa es nuestra esperanza, la misma que alentó el alma de Martin Luther King cuando dijo: Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol. Este árbol es el mismo que deseamos que florezca en estas horas tan tensas y aciagas.
Yo aspiro y espero que el llamado que le he hecho en esta carta, Señor Presidente, no caiga en el vacío; yo aspiro y espero que usted rectifique y proceda a detener a la maquinaria bélica que ya se ha puesto en marcha; yo aspiro y espero que usted haga cesar el redoble fúnebre de los tambores de la guerra sobre Siria. Pido a Dios porque así sea.
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